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La mortaja de jade

Cuando Zhao Mo murió en 211 a. C., quince personas fueron enterradas vivas junto a él en el ahora conocido como Mausoleo Nanyue, en Guangzhou, con el propósito de servir al monarca en esta su última etapa.

La tumba, ubicada a veinte metros de profundidad, fue edificada con setecientos cincuenta grandes sillares que conforman sus paredes y techo; un recinto de siete cámaras que, en primer lugar, debía permitir alojar a tan numeroso grupo de sirvientes y, en segundo lugar, albergar más de mil piezas en jade y bronce, el ajuar funerario del rey. Su descubrimiento, en 1983, respondió a las expectativas creadas en los más de mil ochocientos años que habían transcurrido desde el inicio de su búsqueda, una atracción originada por la certeza de la riqueza de su contenido; un legado valioso en sí mismo por los objetos hallados, pero que alcanza su culmen en los restos mortales del soberano (apenas unas briznas que, sin embargo, no dejan lugar a dudas de su pertenencia a un ser humano, al definirse claramente la línea del tórax y un pedazo de su mandíbula) y en las piedras adheridas de su mortaja de jade.

El traje está diseñado para cubrir las distintas partes: cabeza, cuerpo, brazos, manos. Estructuras malladas de hilo de seda que sujetan, en sus 173 centímetros de longitud, un total de dos mil doscientas noventa y una piezas de jade.

¿Qué pretende Zhao Mo? Siguiendo una tradición milenaria, el jade tiene aquí la misión, entre mágica y simbólica, de mantener incorrupto el cuerpo del soberano, función, una más, que China reservaba a esta materia considerada noble desde el mismo comienzo de su civilización.

Jade, nefrita y jadeíta

Siempre presente entre la clase dirigente como símbolo de pureza, el jade fue, además, para los seguidores del Tao (Lao Tzu, s. IV a. C.) el modo pretendido de alcanzar la inmortalidad a través de su ingestión en forma de polvo; también para el confucionismo (Confucio, 551-479 a. C) se erigió el jade en la representación de sus cinco virtudes morales (bondad, honradez, decoro, sabiduría y fidelidad).

La utilización de la nefrita y de la jadeíta, los dos minerales catalogados como jade, es una constante observable a lo largo de la historia china, aun no siendo la principal área geográfica de extracción.

La nefrita, con variedades de color que oscilan entre el verde oscuro y el crema -dependiendo de su composición rica en hierro o en magnesio, respectivamente-, fue el primero de los dos minerales presente en los talleres de grabado chinos, hace más de dos mil años, procedente de Birmania y del Turquestán (una zona geográfica que comprende la actual provincia china de Xinjiang y los estados de Kirguizistán, Turkmenistán, Tayikistán, Uzbekistán y el Kazajistán meridional, así como el norte de Afganistán). La nefrita también está presente en yacimientos Alemania, Italia, de Nueva Zelanda, Australia, EE. UU., Canadá, México, Brasil, Taiwan, Zimbawe, Polonia, Suiza y Canadá.

La jadeíta, con una gama de colores que abarca desde el verde esmeralda intenso (conocido también como jade imperial, el más valioso para su uso en joyería) hasta el blanco, pasando por el naranja, amarillo, negro, violeta, rosa, marrón, etc., se obtenía principalmente de Myanmar -antigua Birmania- y era importado para la talla de objetos simbólicos y ornamentales. Japón, los Alpes, California y América Central son algunas otras áreas de obtención de jadeíta, circunstancia que motivó que las culturas que ocuparon esos espacios o zonas limítrofes tallaran la jadeíta siglos antes de su introducción en China, procedente de Myanmar, durante el reinado de Qing Qianlong (1736-1796).

La mortaja de jade de Zhao Mo en el mausoleo Nanyue, en Guangzhou.